
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
A. Pizarnik
Fue la palabra que argumentó la tarde de ese viernes la semilla del delirio.
Sola, sutil, sigilosa, con cierta persistencia de embrujada o embaucada.
Altos fuegos arrasaron bosques memoriales esparciendo antiguas cenizas.
Hubo sed desesperada, hasta la lluvia precisa que Su ciego hechizo esperaba.
A partir de allí, prodigios del encanto, fue cárcava, rompiente, total poseedora.
Existía, no en el hoy ni el ayer, (y sin mañana), sino en un difuso y nostálgico intermedio.
Caminaron sus calles, eligieron un parque y un lecho, asustados.
Usufructuaron del gozo de los días y las voces, como de un sueño.
Cómplices, evadieron el enemigo ahora para que nada separara.
Todo tiraba a infinitud, la puerta abierta, el cielo claro, la tierra recién llovida.
A plena cercanía, entre dudas y certezas, se despidieron en la última esquina.
El final no importa, nunca tantas cartas en la mesa, nunca tan mala mano.