Es dueña del reflejo del espejo
que la refleja impenitente en su azogue enamorado.
Derramada miel su pelo que marca
a hierro su oleaje en el potro de la memoria.
Como en óleo el cristal azogado
fija su piel embebida en breves besos ilusorios.
El pudor del escote se refleja
una y otra vez incorruptible en su abismo encantado.
Toda la dulzura de un sueño
acomete desde su perfil en el camafeo de vidrio y vaho.
Hay un oro que refulge pequeñito
ante la guedeja de miel que esconde su mirada.
Es ella, ya amanecida en el
difuso entorno de ocres terciopelos y marco dorado.
Es ella, con la dulce arrogancia
de las reinas que se saben siempre reflejadas.
Es ella, cristalizada incesante
con su boquita como esperando esos besos prometidos.
Y ahí permanecerá, quieta y
silenciosa, atrapada eternamente en su tierno reflejo.