lunes, 28 de junio de 2010

EL DINTEL


Grata quietud cuaja en el alma cuando los buenos años ya sucedieron.


Cansada sangre ha encontrado el remanso, la orilla o la ciénaga.


Los ojos ven colores y formas; solo la dulce superficie de las cosas.


Afanes, desvelos y fervores destilan las últimas gotas de los sueños.


Décadas que urdieron infinitos intentos, se quiebran resecas en el olvido.


Se confirma lo siempre sabido: al final solo importa lo vivido.


Toda soberbia, todo orgullo, toda victoria, son ahora disgregados escombros.


Unas manos y unos ojos cercanos, acaso una voz, persisten como siempre a su lado.


El camino ya no se bifurca, es uno y claro, la razón es inútil.


Ahí está la puerta, el baúl arrastrado hasta aquí con febril vehemencia, no cabe.




lunes, 21 de junio de 2010

CALIGRAFIAS PERSONALES


Los iridiscentes rastros de caracol en los muros de su infancia.


La añosa corteza del ciruelo con su otoño a quemarropa.


Los ondulantes restos de pequeños naufragios en aquella playa.


Los nudos en la madera de un lejano cielo raso mientras espera.


Su sombra bajo todas las Lunas que la perseguían cuando caminaba a Su lado.


Las vengativas huellas de los años en Su rostro imperturbable.


Las grietas de dolores y desengaños que acumuló en su corazón.


Las siluetas de los mástiles contra el rojo atardecer en una caleta silenciosa.


Dos sombras en el vértice del rompeolas, esa única noche.


Los signos secretos con que Sus ojos le odiaron.


Los sinuosos surcos de las lombrices después de todas las lluvias de su infancia.

SIGNATURAS


Los derrumbes, los naufragios, los exilios, las obsesiones que lo desgastaron por años.


Las sucesivas estaciones vividas en soledad, silencio y lejanía.


Las cicatrices de los días como la herrumbre de los barcos anclados demasiado tiempo.


Los sueños inciertos que abrumaron no pocos insomnios.


Los rincones oscuros donde fueron sucediendo los días y sus noches, tenaces e iguales.


Las batallas y las guerras, pequeños placeres o tristezas que hoy no vale la pena recordar.


Los seres que lo amaron y los seres que lo odiaron, ahora sombras indistinguibles.


La vida como un caudaloso y profundo río subterráneo que nunca encontró su vertiente.


Las pequeñas incertidumbres de las esperanzas incumplidas.


Las difusas y tristes imágenes de alguien irreconocible.


La tibieza de un tacto y unos ojos que ya son parte de un pasado ilusorio.


Los habitantes imperceptibles del mero comercio de lo que fue cotidiano.


Todo lo que se amó, transformado por el tiempo o el olvido, en cenizas impalpables.



miércoles, 9 de junio de 2010

DEL OCASO


Las lentas naos del ocaso inician cansadas su última navegación en el silencio.


Con el alto velamen tremolante tuercen el rumbo hacia la noche siguiendo un oriente equivocado.


Perros color violeta rastrean los pasos en las largas calles solitarias, aullando contra un azul que se oscurece escurriendo entre matices furiosos.


Un instante verdiazul que no cuaja se hunde sin dejar huella ni eco.


La verde intensidad de otro oleaje siniestro se despliega socavando el horizonte.


Hay un reverbero dorado verdoso buscando, sin llegar a consumarse, el amarillo final de un estremecimiento oceánico.


Anaranjados peces incandescentes surgen de la espuma sobre un ancho mar ensangrentado.

OBSERVACIONES DEL VIAJERO INSISTENTE


Volví al lugar donde los sueños se rompían, se quebraban, se fragmentaban, siempre.


Las calles tenían ahora esa misteriosa intensidad que asumen las cosas que intuimos estamos viendo por ultima vez.


La gente era mas difusa aun que en el recuerdo, navegantes inútiles y ciegos.


Nadie tenía rostro ni voz, solo siluetas que no alcanzaban a alterar el paisaje.


El mar silencioso y quieto era el mismo, solo sus altas gaviotas algo más tristes.


El tiempo era claramente más lento, menos siniestro, como inofensivo.


El sol iluminó las calles eliminando los últimos vestigios. Entonces, la mañana estremeció las sombras sobre un territorio distinto.


Todo era menos; el azul del pequeño cielo, el ruido del tumulto, el poco verdor de los pocos árboles, el áspero desierto mas arriba, la delicada sensación de soledad. Todo.


Las nostalgias, escritas en un idioma muerto, de deshacían al releerlas como un demasiado antiguo palimpsesto.


Alguien faltaba, por olvido o ausencia, pero la quietud de ese breve universo la hacían ya innecesaria.


Sentí después, cuando ya me alejaba, la monótona circunstancia de un adiós definitivo.