miércoles, 9 de junio de 2010

OBSERVACIONES DEL VIAJERO INSISTENTE


Volví al lugar donde los sueños se rompían, se quebraban, se fragmentaban, siempre.


Las calles tenían ahora esa misteriosa intensidad que asumen las cosas que intuimos estamos viendo por ultima vez.


La gente era mas difusa aun que en el recuerdo, navegantes inútiles y ciegos.


Nadie tenía rostro ni voz, solo siluetas que no alcanzaban a alterar el paisaje.


El mar silencioso y quieto era el mismo, solo sus altas gaviotas algo más tristes.


El tiempo era claramente más lento, menos siniestro, como inofensivo.


El sol iluminó las calles eliminando los últimos vestigios. Entonces, la mañana estremeció las sombras sobre un territorio distinto.


Todo era menos; el azul del pequeño cielo, el ruido del tumulto, el poco verdor de los pocos árboles, el áspero desierto mas arriba, la delicada sensación de soledad. Todo.


Las nostalgias, escritas en un idioma muerto, de deshacían al releerlas como un demasiado antiguo palimpsesto.


Alguien faltaba, por olvido o ausencia, pero la quietud de ese breve universo la hacían ya innecesaria.


Sentí después, cuando ya me alejaba, la monótona circunstancia de un adiós definitivo.



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