lunes, 11 de junio de 2007

PROLOGO

Este breve poemario cumple aquel inquietante lugar común; un hijo, un árbol, un libro. Está escrito para los amigos, algunos amigos de los amigos, y quizás, con suerte, unos pocos lectores ajenos a mi circulo. Es en suma un pequeño lujo.

La Poesía que encontrara el lector es la que inicialmente llamé Quántica, después Hierática y por estos soles quiero denominar Sentencial, y es esencialmente poesía expresada como partículas, no como porciones de un todo lineal y predefinido, si no como partes independientes. Cada línea es una idea o la descripción de una emoción, una imagen o un símbolo, no hay aquí versos encadenados sino líneas autosoportantes. El espacio ínterverso permite que el lector internalice la idea, emoción, símbolo o imagen del verso anterior antes de adentrarse en el siguiente. Es por ello que cada elemento de esta serie intenta ser una desapegada y hierática sentencia.

Ahora bien, ese conjunto de unidades poéticas independientes se unen (deberían unirse) al completar la lectura en la mente (alma) del lector, como una sola sensación o idea. Es entonces cuando el poema se incrustará en el sentir, en la conciencia y en la memoria del que lee como los recuerdos de un viaje. Es como ir describiendo un paisaje poco a poco; la vegetación, el cielo, la temperatura, la fauna, los colores y sabores, etc., e ir generando así en el lector una sensación de inmersión total en el lugar descrito.

La voz que versa se dirige a una segunda persona, o es del todo impersonal, descriptiva, para así dar un tono sentencioso, bíblico o profético, al frío y racional poema. Y sobretodo, una voz alejada lo más posible de las propias emociones, para así despertar en el que lee sus propias emociones personales, sin la influencia del poeta. Quien solo es un mero y neutral observador, lejano al desasosiego, como un ajeno espectador tras un ventanal

Los poemas intentan ser como las siluetas de las ruinas de un templo o un castillo, antiguas, silenciosas, aisladas. Solo son altos muros derruidos, erosionados por los soles y las lluvias y los vientos. Restos arqueológicos perdidos en la selva enmarañada o en los resecos desiertos, o en solitarias y borrascosas cumbres; quietos testigos de una intensa historia personal.

Allí, solo los toscos muros permanecen, no estucos ni cristales, no pulidas maderas ni cortinajes, nada de abalorios, molduras barrocas o detalles personales, apenas el borroso contorno de lo que un día fue orgullo y gloria del dueño de esa historia. Vale.

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