
El tiempo es una serpiente ávida de victimas y oscuridades.
El invierno se rompe en lluvias rutinarias, en fríos rincones y aguas.
Se perfila una imagen de sortilegios antiguos y un ámbito de pena.
Hay un roce que abunda en ociosas caricias, en turbios ardores, en tímidos intentos.
Muros limitan la mirada, el ocaso, el cielo que se pierde, las aves y el viento sagrado.
Un hombre se asume (o se hunde) en su historia, con su maldición y su magia.
Ha buscado los derroteros a contracorriente y ha sido vencido.
Siniestros engaños le ocultan ahora los signos de los mapas, ciego a los faros y las costas.
Sometido al error, abrumado de urgencias y memorias se rinde al tosco azar de su viaje.
No hay puertos en sus rumbos errados. Sueña con el horror de un naufragio.