
Grata quietud cuaja en el alma cuando los buenos años ya sucedieron.
Cansada sangre ha encontrado el remanso, la orilla o la ciénaga.
Los ojos ven colores y formas; solo la dulce superficie de las cosas.
Afanes, desvelos y fervores destilan las últimas gotas de los sueños.
Décadas que urdieron infinitos intentos, se quiebran resecas en el olvido.
Se confirma lo siempre sabido: al final solo importa lo vivido.
Toda soberbia, todo orgullo, toda victoria, son ahora disgregados escombros.
Unas manos y unos ojos cercanos, acaso una voz, persisten como siempre a su lado.
El camino ya no se bifurca, es uno y claro, la razón es inútil.
Ahí está la puerta, el baúl arrastrado hasta aquí con febril vehemencia, no cabe.