Amaneció otra vez sin ti, con una aterida desolación
de desierto de arenas y piedras.
La mañana se deshace en sus fríos grises de
fin de invierno aullando por tu tibieza.
Abundan los pájaros premonitorios entre las
ramas brotando de los árboles austeros.
Eres la constatación del delirio que dibuja
tu rostro en los altos nubarrones de la lluvia.
Un aire quieto, denso, congelado, establece
su dominio sobre las nostalgias de ti.
Soberanas tristezas mecen los extraviados
acacios de los tiempos donde no eras aun.
La asomada primavera se delata en los verdes
brotes iniciales de las savias exultantes.
Tú ya existes contenida en los terrestres y breves
soles amarillos de los dientes de león.
Los milagros de la memoria te atrapan en sus
melancólicas redes como coqueta mariposa.
Te concretizas en una tenue estatua de sal,
alada y suficiente, derrotando el amanecer sin ti.
Todo converge en tu distancia, los latidos y
los duelos, la honda sensación de infinitud.
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