miércoles, 1 de septiembre de 2010

LEVE CIRCUNSTANCIA PERSONAL


La mascara del día ha caído. En la noche el hielo y el viento frío.


Sin Luna, hay rumores de fantasmas y tenues crujidos.


Un horizonte de roqueríos y sombras amenaza con filosas siluetas.


Acontece un hecho cotidiano; un hombre agoniza. Sin un quejido.


Se van unos ojos hacia adentro, y otra única realidad se apaga.


Es invierno sin lluvias, solo el frío, el viento, el mar cristalizado.


Lento en la penumbra el tiempo escurre como un río cansado.


Es suerte si su estirpe le refleja en los siglos venideros y no es sombra difusa en estos soles pasajeros.


Es suerte si el tiempo le perdona más allá de su rostro en el espejo.


Vestigios, o despojos, de hechos numerosos abandonan su memoria.


Cuenta los rostros, o las mascaras, que un día le sonrieron.


Enumera gestos distintos o voces en las penumbras, certezas que poseyó en cierto lugar, en cierta hora y ya no.


Su tiempo se disgrega en detalles precisos pero inútiles.


Solo le duele el esplendor de unos versos que perdió en el ajetreo o el tumulto.


Lo demás son gentes, años o lugares, códigos ya indescifrables.


Ahora solo siente una íntima condición de ausencia, y la pequeña victoria de unos ojos persistentes.


Esta es su noche, la ultima.


El hecho es mínimo, otra vanidad de ser único se disuelve en la nada.


Estorbo será mientras lo corroe el olvido.



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