domingo, 1 de julio de 2007

APUNTES SOBRE LA VICTORIA DE SAMOTRACIA


cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
A. Pizarnik

Fue la palabra que argumentó la tarde de ese viernes la semilla del delirio.

Sola, sutil, sigilosa, con cierta persistencia de embrujada o embaucada.

Altos fuegos arrasaron bosques memoriales esparciendo antiguas cenizas.

Hubo sed desesperada, hasta la lluvia precisa que Su ciego hechizo esperaba.

A partir de allí, prodigios del encanto, fue cárcava, rompiente, total poseedora.

Existía, no en el hoy ni el ayer, (y sin mañana), sino en un difuso y nostálgico intermedio.

Caminaron sus calles, eligieron un parque y un lecho, asustados.

Usufructuaron del gozo de los días y las voces, como de un sueño.

Cómplices, evadieron el enemigo ahora para que nada separara.

Todo tiraba a infinitud, la puerta abierta, el cielo claro, la tierra recién llovida.

A plena cercanía, entre dudas y certezas, se despidieron en la última esquina.

El final no importa, nunca tantas cartas en la mesa, nunca tan mala mano.

SEPTENTRIÓN


El alto desierto de Su nombre con su antiguo sol demorado por los años.

La ciudad desolada por el tiempo, habitada por sombras o fantasmas inútiles.

Las calles bajo el asedio de relámpagos y truenos de una tormenta inverosímil.

Los techos oscuros destilando el agua sucia de una ciudad sin inviernos.

La madrugada húmeda, fría y silenciosa, abandonada de pájaros.

Los lugares cargados de memorias que no me pertenecen.

Innumerables ventanas iluminadas. Todas iguales.

El mar reverberando en un vaho tibio de algas ausentes y crustáceos pudriéndose.

Los barcos con sus luces lejos en la inmensa rada de agua turbia.

Gentes sin raíces sobreviviendo en un arenal caluroso y salobre.

Los niños sin abuelos jugando en una plaza de árboles falsos.

Los suburbios aletargados en un eterno estío de gaviotas adormecidas.

El barrio de casas de mentira engañadas por un sur de mentira.

El tiempo detenido en el ámbito sudoroso de un trópico absurdo.

Un territorio condenado a la vana y cruel servidumbre del oro.

La ciudad de Su nombre es hoy un lugar abandonado a la orilla de un mar sin recuerdos.

CATALOGO SINIESTRO


Ese Inicio furioso donde en medio del asombro del encuentro nos sentimos perdidos.

Aquella Hora marcada por el sino compartido de ausencias remotas y cercanías vigentes.

Los Días desesperados buscando explicaciones a dolores y euforias.

Los Meses sucesivos moliendo el grano de las primeras rutinas.

Esos Años inútiles negando las premoniciones, los signos, las certezas.

El Mar con sus barcos de colores en las lejanías de las islas y los peces.

El quieto Desierto ardiendo en el polvo de estaciones repetidas por un sol envejecido.

Ese Bosque de aire encantado fluyendo entre los árboles húmedos y antiguos.

Cierta Noche de penumbras urgidas por las cadencias definitivas del amor.

Ese solo Día donde a toda luz el miedo hizo de estatua y de signo sagrado.

El Ayer cristalizado en las pequeñas memorias de una voz y su rostro.

Este Ahora que se rinde a las más oscuras evidencias del terror.

El Allí que dejamos estremecido por los pasos y las huellas.

Este Aquí naufragando en los peores vientos de la eternidad del recuerdo.

Un otro Siempre donde no repetiremos los errores y las búsquedas.

Un Nunca que acumula los sueños fragmentados por el rumor cotidiano.

Este Final estremecido por los augurios saciados de nuestros íntimos tormentos.

SEGUNDA CERCANIA


Sin olvidar la mujer que la habita, se esconde de sus palabras para no intentar Su imagen.

No hay opciones ante esas caóticas cercanías ni ante ese tenue enamoramiento.

El peligro acecha en Su entorno de Reina de Palabras y Embrujos sin defensas ni conjuros.

No hay fuga al dulce murmullo de Sus voces despeñándose por los territorios y los días.

No hay metal para coraza a Sus dulzuras y soledades, ni a Sus sortilegios de Reina de Certezas.

Es la más lejana de las reinas que inútilmente asumieron sus cantos de hombre solo.

Lo consume la desesperación de saberla y las premoniciones del terror de vivir sin ella.

Solo sabe que seguirá caminando por calles que él desconoce bajo ese mismo invierno.

Permanece asustado en una plaza desierta a la espera que lo asalten los sueños perdidos.

La ciudad se ha minimizado hasta la maqueta, con sus calles mustias por el aviso de lluvias.

Hay oscuras las esquinas donde los sueños van a morir de silenciosas esperas inútiles.

Su alma detenta un ámbito de lenta persistencia, de una dulce sensación de entresueño.

Todo es triste, como el mar en invierno o los crepúsculos del otoño.

PRIMERA CERCANIA



Fueron fragmentos, evocaciones, a veces meras palabras.

Fueron sombras, restos de naufragios, íntimos vestigios desperdigados por años y lugares.

Fueron un relámpago a plena noche, iluminando por instantes sus propias sombras.

En esa fugacidad no fueron sometidos a soles ajenos ni urgidos por el huidizo plenilunio.

Simples cifras, frías y cotidianas, les abrieron el abismo.

Solo la apremiante poesía será la memoria y el bronce de ese encuentro en ese otoño.

Hay ruido de trenes y una bruma fría en la solitaria estación. El es el único viajero.

El olvido (el viaje) ha de ser la única puerta.